Oficinistas que trabajan cerca de la colonia Roma Norte buscaban a la redonda el bar de su agrado para festejar el Grito de Independencia. Era quincena y puente, así que querían destinar una parte de su salario al buen comer, el buen beber y buen cantar para celebrar el hecho de ser mexicanos.

No era fácil elegir porque había ofertas y menús atractivos en varios establecimientos. Mientras ellos peregrinaban para encontrar el sitio de su agrado, varias personas vestidas de negro arribaron a la funeraria Gayosso para dar el último adiós a Alma Lebrija Sánchez, madre del periodista y escritor Raúl Castro-Lebrija.

Doña Alma falleció el mismo día en que olvidamos los problemas y gritamos de puro gusto. No fue fortuito que el destino eligiera esa fecha para que ella partiera entre un ambiente festivo, ad hoc a lo que fue su personalidad con relación al futbol, un deporte que amó demasiado en vida y en el que ofrendó su corazón a Pumas, equipo al que alentó desde su juventud hasta que sus latidos se detuvieron el 15 de septiembre.

EL ÚLTIMO DESEO DE UNA VERDADERA AFICIONADA DE PUMAS

Fue tal su afecto por la pelota y la camiseta puma que pidió a sus hijos cumplir sí o sí con su última voluntad relacionada a los colores auriazules. Y ha llegado el momento de hacerlo. Dejó dicho a sus retoños que sus cenizas fueran esparcidas en el estadio Olímpico Universitario, templo del que fue feligrés por más de cinco décadas.

Ser puma fue más que un sentimiento e iba más allá del futbol para Doña Alma. “Para mi madre, su afición a Pumas también tiene que ver con la unión familiar y con el propio transcurso de la vida.  Esa playera fue su historia de amor con mi padre, con nosotros. Fue la construcción de lo que somos”, comenta  Raúl Castro-Lebrija.  

Ser puma es la extensión de un legado que ahora empieza a contarse a través de los recuerdos, el mejor lugar para mantener vivo a quien ha marchado físicamente de este mundo.

DOÑA ALMA, UNA AFICIONADA DE HUESO COLORADO

Desde ver a Hugo Sánchez como un novato hasta entusiasmarse con la llegada de Dani Alves al club, la madre del periodista encontró en el estadio Olímpico Universitario un segundo hogar. En las tribunas del inmueble encontró una prolongación de sus alegrías y sufrimientos; futbolistas y entrenadores fueron miembros adoptivos de sus afectos. No había otro espacio en el cual se sintiera libre para ser quien fue como en las gradas de la casa puma.

Ahora que es menester cumplirle su última voluntad a Doña Alma, Raúl y sus hermanos desean acercarse a la institución auriazul para hallar una manera de que las cenizas se transformen en apoyo eterno dentro del estadio, que el viento se encargue de darle un recorrido especial y significativo a una aficionada que continuará entonando el Goya donde quiera que juegue el equipo.

Así, al interior de aquella funeraria, mientras oficinistas buscaban iniciar la fiesta en el exterior, una nueva historia empezó a escribirse con Pumas. Doña Alma transformó el dolor de su partida por una encomienda alegre para su causa puma: ser auriazul aún después de la muerte.