Si algo hay que decir de Jorge Campos es que ha sido uno de los mejores porteros de Pumas y de la historia del fútbol mexicano. La excentricidad de sus uniformes, el tamaño inusual para un guardavallas (1,68 m), y la elasticidad que mostraba en el área, lo hacían una extraña figura que a los pocos minutos de iniciado el juego se volvía un muro infranqueable para la banda contraria.
Pero todo héroe tiene su “Talón de Aquiles”,y ‘Campitos’ mostró el suyo en una tarde que se volvió un auténtico calvario en una llave contra Cruz Azul. Fue en la Liguilla de 1995 cuando la UNAM se medía a La Máquina. La ida corrió por cuenta de los felinos, que con un 1-0 solventaron el encuentro.
Una semana después en la vuelta, los cementeros necesitaban solo empatar para avanzar a las semis gracias a un mejor average en el torneo regular. Pasaron los 90 minutosy el objetivo estaba cerca; Pumas se veía en la final. Ya corría el tiempo agregado, y en una jugada desafortunada, de esas que ocurren como predestinadas para cargar de un tinte épico el final, se pitó penal para Cruz Azul.
Julio Zamora fue el ejecutor. Campos, imperturbable, adivinó como felino y despejó. La UNAM avanzaría gracias a su pequeño gigante, pero el rechace fue corto, y Lupillo Castañeda remató y se vino la tormenta. Enrique Bermúdez y Jorge Ventura, narradores del encuentro, no cabían de su asombro por lo que les tocaba relatar.
El mejor portero de México, de manera inexplicable, se dejó colar entre las piernas un disparo que parecía más manejable que el que segundos antes pudo atajar. Campos, desconcertado, más por vergüenza que porrazón, reclamó con ademanes al aire algo que nadie sabe. Pero ya era tarde, se consumaba el empate y la eliminación. Solo tardó el silbante escasos segundos en decretar el final apenas puesta la pelota a rodar desde la mitad. Pumas caía eliminado mientras Jorge Campos aún seguía sin entender, y quizás, nunca entendió qué fue lo que pasó aquella tarde.